Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1507
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 14 de julio de 1893
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 80, 2597-2599
Tema: Conducta política de las autoridades de la isla de Cuba

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Desde que empezó este debate, Sres. Diputados, sea dicho sin ofensa para nadie, tan innecesario, con tan insigne inoportunidad promovido, fue en aumento mi asombro por las cosas que he visto, por las exageraciones que he oído, por las extrañas actitudes que he presenciado y por las violentas consecuencias que se ha pretendido deducir por algunos; y es que cuando las cuestiones se sacan de sus cauces naturales y se traen a destiempo, y sin oportunidad ni resultados prácticos ni finalidad positiva se discuten, los ánimos más severos se perturban, los juicios más rectos se apasionan, las inteligencias más claras se ofuscan, se extravían, y nadie se queda en su sitio, todos extreman su derecho y las controversias se hacen interminables, porque a falta de objeto que alcanzar, se persiguen fantasmas, que nacen no más que de la confusión de las ideas y de la irregularidad del debate. (Muy bien, muy bien.)

Porque, después de todo, ¿qué ha pasado y qué pasa aquí para tanta confusión y tanto ruido? Pues ha pasado que el Sr. Ministro de Ultramar, de acuerdo con el Consejo de Ministros, que previamente lo examinó y aprobé, presentó al Congreso un proyecto de ley de administración y gobierno para las islas de Cuba y Puerto Rico; proyecto que será bueno o malo, que será mejor o peor, no es éste el momento de discutirlo; naturalmente el Gobierno ha de creerlo, y lo cree bueno, cuando lo ha presentado en su nombre el Sr. Ministro de Ultramar.

Pues bien; este proyecto de ley, siguiendo los trámites reglamentarios, pasó a la Comisión nombrada por el Congreso para que sobre él emitiera dictamen; y cuando ese proyecto está sometido al estudio de la Comisión, y cuando a ella puedan acudir todos los Sres. Diputados a hacer las observaciones que les sugiera su patriotismo, y a ilustrar el asunto con sus luces y su experiencia, y cuando todavía esa Comisión al examinarlo puede modificarle, corregirle y basta desaprobarle, se ha traído ya tres veces al debate, retrasando otros asuntos de interés público por demás urgentes, y necesarios por demás.

Y ha sucedido lo que, como he dicho antes, no puede menos de suceder cuando las cosas se sacan de quicio. Si los que, faltando a las verdaderas prácticas parlamentarias, han traído prematuramente aquí la cuestión, en lugar de hacer esto y decir lo que han dicho con tanta pasión y hasta con tanto encono, lo hubieran dicho guardando esas buenas prácticas, con serenidad, con prudencia, con calma, como lo exige un asunto tan importante, tan trascen-[2597] dental y tan delicado, en la Comisión, mejor hubieran marchado las cosas, sería fácil un arreglo, no hubiéramos perdido tanto tiempo; los presupuestos estarían más adelantados y el sistema parlamentario menos resentido. (Muy bien, muy bien).

Pero ya ha pasado lo pasado, y vamos al asunto. No vengo hoy con ánimo de batallar, al contrario, vengo apenado por lo que ha pasado y resuelto a procurar que, al menos en lo que de mí dependa, esto no vuelva a reproducirse.

El partido liberal ¿cuándo se ha dicho nada en contrario? insiste en su política de asimilación para las islas de Cuba y Puerto Rico; y para realizarla mejor, quiere dar a los Municipios y a las Diputaciones de aquellas provincias, aquellas libertades, aquellos derechos, aquellos privilegios que, en lo que a sus asuntos peculiares se refiere, tienen y gozan las provincias de la Península; siempre sin olvidar el principio de especialidad consignado en la constitución, teniendo en cuenta, claro está, aquellas diferencias que exigen las circunstancias especiales de aquella región, y que impone también la gran distancia que de ella nos separa. (Aprobación.) Pues, Sres. Diputados, eso que aplaudís ahora, es lo que contiene, quiere y significa el proyecto de ley presentado por el Sr. Ministro de Ultramar. (Denegaciones en la minoría conservadora.)

Es inútil que lo neguéis; la prueba es la siguiente: que no hay un solo diputado cubano de los que han hablado hasta ahora conmigo que no lo acepte en toda su integridad; excepto en lo que se refiere a si han de ser una o varias las Diputaciones provinciales que han de existir en la isla de Cuba.

El que la isla de Cuba constituya una sola provincia como la isla de Puerto Rico, que esté dividida en tres, como lo ha estado otras veces, o en varias regiones y provincias, como lo está ahora, ¿qué tiene que ver con el fondo y la esencia de la cuestión? Lo que hay es, que como eso no tiene nada que ver con el fondo de la cuestión, se ha dado en llamar Cámara insular a la Diputación única de la isla de Cuba, creyendo que el nombre hace a la cosa, y figurándose que con cambiar el nombre la cuestión varía, y que lo que es libertad y descentralización, y nada más que libertad y descentralización, en el proyecto de ley presentado por el Sr. Ministro de Ultramar, se convierte sólo con esto en autonomía. Pues el proyecto no ha usado semejante nombre, ni nadie puede dárselo a la Diputación única de la isla de Cuba, porque Cámara insular tiene una significación y tiene un alcance completamente contrario; significación y alcance que le dan los autonomistas.

Y la cosa es clara. Con una Diputación única, como con varias Diputaciones, puede haber tan poca libertad y una centralización tan absorbente, que mate y haga imposible la vida municipal y la vida provincial; como igualmente puede haber una descentralización tan grande, que haga dueños absolutos de sus peculiares cuestiones a los Municipios y a las Diputaciones provinciales, lo mismo con una Diputación que con varias. (El Sr. Romero Robledo: Pues entonces, poniendo varias estamos todos de acuerdo.) Pero resulta evidente que el poner una sola no significa que vayamos a la autonomía. (Risas y aplausos.)

Podrá ser mejor o podrá ser peor una sola Diputación que varias Diputaciones; podrá ser mejor o podrá ser peor que la isla de Cuba constituya una sola provincia, en vez de dividirla en varias; pero pretender que con llamar Cámara insular a lo que es ni más ni menos que Diputación provincial, con más o menos facultades, se ha de convertir lo que es libertad y lo que es descentralización en autonomía, en el sentido en que aquí esa palabra se ha pronunciado, en autonomía política como régimen esencial del gobierno de las colonias, es pretender un absurdo. Eso no se puede decir, ni menos se puede sostener.

El proyecto de ley presentado a las Cortes es un proyecto de ley liberal y descentralizador, porque liberal y descentralizador ha querido y quiere el Gobierno que lo sea; pero el proyecto de ley presentado a las Cortes no es autonomista porque el Gobierno no ha querido ni quiere que sea autonomista. (Muy bien, muy bien- El Sr. Romero Robledo: El Sr. Labra lo ha dicho.) Ahora voy. Seguiré la indicación de mi querido amigo particular el Sr. Romero Robledo, que afirma que el Sr. Labra lo ha dicho; voy ahora a ocuparme de lo que ha dicho el Sr. Labra.

El Sr. Labra ha dicho, creo que recuerdo su frase exacta, que este proyecto no era autonomista, pero que marchaba en las corrientes de la autonomía, como los ríos van a la mar. (El Sr. Rodríguez Correa: En Puerto Rico no hay autonomía, y hay una Diputación) Es claro; todo lo que en el sistema de la asimilación, que es nuestro sistema, el sistema del partido liberal, como lo es en este punto también el sistema del partido conservador; todo lo que en ese sistema haya de común o de semejante, y necesariamente ha de haber muchas cosas, con el sistema autonomista, claro está que lo aceptan los autonomistas. ¿Pues no lo han de aceptar? Y en el momento en que algo que es común a uno y a otro sistema se ve establecido por los autonomistas, los autonomistas dicen: se marcha hacia el autonomismo, las corrientes son tan irresistibles, que a la autonomía vendréis. Estos son los argumentos que hacen siempre los partidos extremos, con la esperanza de que algún día han de llegar a realizarse sus ideales. Pero yo recuerdo en este momento que esas palabras, poco más o menos, pronunció el Sr. Labra contestando al ilustre jefe del partido conservador cuando, en efecto, según mi opinión, lo que hacía era afirmar la asimilación con aquellas expansiones, con aquellas ideas liberales y civilizadoras que el Sr. Cánovas del Castillo no ha dejado nunca de profesar y entonces el Sr. Labra contestaba poco más o menos lo mismo al Sr. Cánovas del Castillo, se felicitaba de lo que llamaba progreso en esa dirección del señor Cánovas, y decía también que el Sr. Cánovas y todos iríamos sin remedio a la autonomía. (El señor Cánovas del Castillo: No tanto.) Si se quiere leeré las palabras que entonces pronunció el Sr. Labra y todavía me parece que eran más expresivas que las que ha dicho esta tarde. (El Sr. Cánovas del Castillo: Que se lean. Las he leído yo.) Pues bien; tenía entonces la misma razón que tiene ahora. Y he de advertir al Sr. Labra, que yo, y en este punto creo que no coincido con lo que ha manifestado el ilustra jefe del partido conservador, yo no necesito para tener aquella confianza que se debe tener en los partidos,[2598] aunque no sean partidos ni siquiera afines, no necesito que la garantía venga del partido contrario.

Yo no busco garantías en los partidos y en los hombres políticos más que en sus declaraciones y en sus actos. ¿Es que sus declaraciones y sus actos están dentro de la dirección de la política del Gobierno, y en este caso en toda la dirección de la política de la Patria? Pues yo los acepto; pues yo confío por completo en ellos; pues yo no necesito otra declaración. (Muy bien.)

Debo decir al Sr. Labra que nosotros podremos no marchar en las corrientes del autonomismo; pero en la dirección de la libertad y de la descentralización en los asuntos locales, que pueden ser entregados a los Ayuntamientos, a las Diputaciones provinciales, a las colectividades administrativas y a los individuos, ha de ir el partido liberal tan allá como pueda desearlo el partido autonomista.

De esa manera, lejos de creer yo que se marcha en la dirección y en la corriente de la autonomía, afirmo con toda convicción que, por el contrario, de esa manera se hace la autonomía innecesaria, se quita razón de ser, se hace innecesario, por tanto, el partido autonomista. (Muy bien, muy bien.) Y a hacer innecesario el partido autonomista es a lo que caminan las corrientes del gobierno. Porque, Sr. Labra, más allá de la libertad más amplia y de la descentralización más completa en los asuntos locales que a las colectividades, a las Corporaciones populares y provinciales puedan confiarse, más allá, no, Sr. Labra, más allá no se ha de ir. (Aprobación) Porque mermar en un solo ápice la soberanía de la Nación sobre aquellas provincias, desequilibrar la soberanía de la Nación en aquellas lejanas provincias, eso, nunca jamás podrá hacerse, Sr. Labra. (Grandes muestras de aprobación.)

¿Quiere S. S. entender por autonomía la descentralización; la autonomía en el Municipio, la autonomía en otra Corporación semejante, para todo lo que a sus asuntos peculiares se refiere? Está bien; no hemos de reñir por palabras. Pero autonomía en la política, algo que merme la soberanía de la Nación, no; jamás. (Muy bien, muy bien.) esa es la valla insuperable que hay entre los autonomistas y los liberales; esa es la valla insuperable que me separa a mí del Sr. Labra.

Se podrá discutir en su día, cuando el caso llegue, si la isla de Cuba estará mejor o peor administrada con una que con dos o con muchas Diputaciones; se podrá discutir en su día, qué es mejor, qué es más económico: si constituir la isla de Cuba en una sola provincia o dividirla en varias; pero no, no se podrá decir sin notorio error, sin una grandísima e injustificada exageración, que el que la isla de Cuba constituya una sola provincia, equivale a establecer la autonomía como sistema de gobierno en aquellas islas. (Muy bien.)

No; el Sr. Ministro de Ultramar lo ha dicho y lo ha repetido hasta la saciedad, con su hermosísima palabra, con la elocuencia que le es propia; su proyecto de ley tiene por objeto: primero, dar libertad y medios por que sea beneficiosa su acción al Municipio y a la Diputación en aquellas islas, descentralizando, a favor suyo, todos los servicios que a la administración de sus asuntos peculiares concierne; segundo, abrir, o mejor dicho, no cerrar la puerta a ninguna aspiración legítima, venga de donde viniere, que viniendo en compañía de la ley, será siempre atendible y respetable; tercero, procurar a los Centros administrativos constantes medios de información y abrir en las Antillas anchos horizontes, dentro de los cuales puedan moverse todos los ciudadanos, todos los españoles que procuren dentro de la esfera sagrada de la ley ejercitar sus derechos o procurar la satisfacción de sus legítimos intereses; que en satisfacer los legítimos intereses de cada uno está la satisfacción de los legítimos intereses de todos, que es tanto como satisfacer el interés general y supremo de aquellas queridas Antillas. (Muy bien, muy bien.)

Esos son los tres objetos, ni más ni menos, del proyecto de ley que se ha presentado por el Gobierno, y que aquí incidentalmente ha venido a discutirse.

¿En qué puede esto lastimar al partido de unión constitucional, cuyos eminentes servicios el Gobierno es el primero en reconocer y en aplaudir? ¿En qué puede esto lastimar al partido de unión constitucional, para que meta tanto ruido y se asombre tanto? ¿Teme acaso la competencia de otros partidos en este palenque donde se mueven, luchan, chocan tantas y tan importantes ideas que buscan y procuran como resultante de ellas el interés general de la Nación? No debe, no puede tener ese temor, porque sería olvidarse de lo que ha sido capaz y desconocer sus propias fuerzas. Al contrario; si el partido de unión constitucional toma, y a ello le excito, como suya esa bandera y la enarbola con resolución, que tenga la seguridad de que no ha de encontrar temible competido en este nuevo palenque de la Patria, de la libertad, de la descentralización porque la satisfacción de toda aspiración legítima ha de encontrar su mayor fuerza y sus más grandes prestigios para continuar prestando al país los eminentes servicios que le presta y que la Patria le agradece, para procurar el bienestar y la prosperidad de aquellas hermosas provincias, y para afirmar más y más, pero por el amor y por la justicia, que forman los lazos más duraderos, la soberanía de la Nación en aquella rica tierra, que no dejará jamás, cualesquiera que sean las vicisitudes que nos tenga deparadas la Providencia, de ser tierra española mientras haya españoles en este o en el otro lado de los mares que tengan sangre en sus venas, sentimientos de nobleza y patriotismo en sus almas, bríos y energías y alientos en su corazón. (Grandes y repetidos aplausos.)



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